Vida urbana en la cuenca del Aconcagua
El territorio que comprende el curso superior de la cuenca del río Aconcagua es una zona de gran fertilidad agrícola, por lo que tempranamente comenzó a atraer a colonos hispanos y criollos. Así, el sistema de asentamientos en el valle del Aconcagua se estructuró en función de las haciendas cerealeras, que aprovechaban la disposición de generosos suelos, abundante riego y la proximidad del puerto de Valparaíso, desde donde accedían a los mercados del Perú y las regiones mineras en el sur de aquel virreinato.
Durante la mayor parte del período colonial, la población de la cuenca vivió dispersa en el territorio; y la vida urbana sólo comenzó a partir de la política de poblaciones impulsada por las autoridades hispanas desde inicios del siglo XVIII. La fundación de San Felipe, el 3 de agosto de 1740, fue la primera medida práctica del proyecto urbano impulsado por los reyes borbones sobre las posesiones de la Corona de España en América.
No obstante la gravitación de la agricultura, la región poseía otra importante actividad, cuyo influjo le permitió diversificar su base económica. La presencia del camino internacional a Mendoza, a través de la cordillera de los Andes, posibilitó que en sus orillas aparecieran pequeños puestos comerciales dedicados a prestar servicios a viajeros y caravanas. Asociados a estos baratillos y fondas, se fueron conformando posesiones agrarias de dimensiones mucho más reducidas que las de las haciendas, donde predominaba el cultivo de vides, frutales y forraje. Así, el intenso trajinar en torno a la ruta transcordillerana generó las condiciones para que en abril de 1791, unos 25 kilómetros al sur de San Felipe y cerca de una parroquia dedicada a la advocación de Santa Rosa de Viterbo, se fundara la villa de Los Andes.
La naturaleza de las actividades predominantes delineó un estilo de vida distinta en cada una de las dos ciudades. Mientras en San Felipe se impuso el tono señorial y conservador de las haciendas, a Los Andes el tránsito de personas y bienes le otorgó un espíritu liberal y distendido, más parecido al de un puerto que al de una villa interior. A lo largo del siglo XIX estas características se acentuaron, como consecuencia del auge cerealero que afianzó la posición de las grandes tenencias territoriales y de la entrada en operaciones delFerrocarril Trasandino en 1910, que reforzó la demanda para el comercio y los servicios establecidos en Los Andes.
Hacia la tercera década del siglo XX, estas identidades diversas e incluso antagónicas se fueron diluyendo, ya que la declinación de la agricultura latifundista favoreció la proliferación de la pequeña y mediana propiedad en el sector de San Felipe, mientras que las oportunidades de comercialización en Los Andes permitieron la llegada de inversionistas interesados en capitalizar los predios ubicados en sus inmediaciones. Así, tempranamente en relación a otras regiones chilenas, en la parte alta de la cuenca del Aconcagua surgió un dinámico sector agroindustrial dedicado a abastecer la floreciente demanda proveniente de los principales centros urbanos y enclaves mineros del país.
Durante la mayor parte del período colonial, la población de la cuenca vivió dispersa en el territorio; y la vida urbana sólo comenzó a partir de la política de poblaciones impulsada por las autoridades hispanas desde inicios del siglo XVIII. La fundación de San Felipe, el 3 de agosto de 1740, fue la primera medida práctica del proyecto urbano impulsado por los reyes borbones sobre las posesiones de la Corona de España en América.
No obstante la gravitación de la agricultura, la región poseía otra importante actividad, cuyo influjo le permitió diversificar su base económica. La presencia del camino internacional a Mendoza, a través de la cordillera de los Andes, posibilitó que en sus orillas aparecieran pequeños puestos comerciales dedicados a prestar servicios a viajeros y caravanas. Asociados a estos baratillos y fondas, se fueron conformando posesiones agrarias de dimensiones mucho más reducidas que las de las haciendas, donde predominaba el cultivo de vides, frutales y forraje. Así, el intenso trajinar en torno a la ruta transcordillerana generó las condiciones para que en abril de 1791, unos 25 kilómetros al sur de San Felipe y cerca de una parroquia dedicada a la advocación de Santa Rosa de Viterbo, se fundara la villa de Los Andes.
La naturaleza de las actividades predominantes delineó un estilo de vida distinta en cada una de las dos ciudades. Mientras en San Felipe se impuso el tono señorial y conservador de las haciendas, a Los Andes el tránsito de personas y bienes le otorgó un espíritu liberal y distendido, más parecido al de un puerto que al de una villa interior. A lo largo del siglo XIX estas características se acentuaron, como consecuencia del auge cerealero que afianzó la posición de las grandes tenencias territoriales y de la entrada en operaciones delFerrocarril Trasandino en 1910, que reforzó la demanda para el comercio y los servicios establecidos en Los Andes.
Hacia la tercera década del siglo XX, estas identidades diversas e incluso antagónicas se fueron diluyendo, ya que la declinación de la agricultura latifundista favoreció la proliferación de la pequeña y mediana propiedad en el sector de San Felipe, mientras que las oportunidades de comercialización en Los Andes permitieron la llegada de inversionistas interesados en capitalizar los predios ubicados en sus inmediaciones. Así, tempranamente en relación a otras regiones chilenas, en la parte alta de la cuenca del Aconcagua surgió un dinámico sector agroindustrial dedicado a abastecer la floreciente demanda proveniente de los principales centros urbanos y enclaves mineros del país.
Alumna: Nadezhda Olate.
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